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Esta vez será muy, muy diferente

11.01.18 19:05

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Por Diane Francis

En 2014, un ucraniano de 16 años, apodado Maley, vio en la televisión la Revolución del Euromaidán y la invasión rusa y se puso en contacto con la oficina local de reclutamiento del ejército para inscribirse. Sus llamadas no tuvieron respuesta, por lo que tomó un tren desde los Cárpatos hacia el frente, armado con el rifle de caza de su abuelo y una placa de bronce comprada por su madre pegada a su pecho como protección. Se unió a una milicia voluntaria.

"Fui a salvar mi país", me dijo en una entrevista, en 2015, desde su cama en un hospital de Kiev. Resultó herido cuando la médica militar que iba detrás de él pisó una mina terrestre y perdió ambas piernas. "Ella no prestaba atención. Volveré".

Si no fuera por los granjeros, enfermeras, veteranos y abuelos ucranianos, los rusos se habrían tragado la mitad de Ucrania. De hecho, este era el plan. El escenario para la invasión lo planificó el ex presidente ucraniano Viktor Yanukovych quien consolidó su poder, encarceló a sus oponentes, rechazó la membresía de la Unión Europea y destripó al ejército de Ucrania vendiendo sus mejores equipos. En el año 2014 Ucrania sólo tenía 6.000 tropas listas para el combate.

Desafortunadamente, 2018 está comenzando a parecerse a 2013. El presidente Petro Poroshenko consolida su poder arrastrando por el suelo las reformas prometidas a los donantes occidentales, y luego hostigando a los opositores. Al igual que en la era de Yanukovych, no existe un Estado de derecho, ni responsabilidad parlamentaria, ni una búsqueda efectiva de funcionarios corruptos ni siquiera de Yanukovych que robó miles de millones. Las condiciones se asemejan a las que dieron lugar a las revoluciones "callejeras" de 2004 y 2014, una situación que los funcionarios dicen continuamente que no se puede permitir porque daría lugar a la inestabilidad y la reanudación de la agresión rusa.

Pero si los ucranianos tomaran las calles nuevamente, esta vez sería diferente.

El espectro de una invasión rusa ya no existe, ni existe la posibilidad de que otros "pequeños hombres verdes" fomenten las insurrecciones. La razón es que el reclutamiento militar y los fondos occidentales han creado una de las mayores fuerzas militares de Europa, con 204.000 soldados (un poco menos que los de Francia), 46.000 personas de apoyo más las fuerzas paramilitares o 53.000 guardias fronterizos y 60.000 en la Guardia Nacional.

Lo más importante es que la administración Trump está enviando misiles antibuque Javelin (unos 200 misiles estimados) y rifles de francotirador M107A1 al ejército de Ucrania. A cambio, Ucrania se comprometió a limpiar su corrupta industria de defensa.

El despliegue de estas armas representa un cambio en las órdenes de cese del fuego de Ucrania a la capacidad para volver o iniciar ataques preventivos. Por ejemplo, el Javelin es un temible misil de "disparar y olvidar" que rastrea y destruye un tanque o edificio estacionario o en movimiento usando una guía infrarroja. Los rifles de francotirador tienen un alcance de 1.800 metros y disparan balas que atraviesan las paredes y vaporizan a los enemigos.

En otras palabras, esta vez es diferente porque Ucrania está armada hasta los dientes. El país está lleno de veteranos patrióticos, como Maley y miles más, además de su poderoso ejército de reclutas. Esto no solo neutraliza a Rusia, sino que apuntala cualquier futura revolución callejera si el régimen actual se niega a reformar por completo el país antes de las elecciones de 2019.

El ejército de Ucrania es el baluarte contra Rusia, lo que significa que la lucha contra la corrupción puede continuar y aumentar. Este tema es más importante para los ucranianos que las preocupaciones sobre Rusia, según las encuestas independientes.

Otra diferencia es que Occidente, sus gobiernos e instituciones, están sólidamente detrás de las aspiraciones ucranianas de una democracia real y una sociedad justa. Por el contrario, Rusia tomó al mundo por sorpresa en 2014, con sus falsas insurrecciones "separatistas", pero ahora no hay duda de que Moscú derogó el derecho internacional con su invasión.

Otra diferencia, si los cambios deberían venir debido a las elecciones o de otra manera, es que en Ucrania no reinará el caos como sucedió en 2014. Ucrania ha desarrollado instituciones financieras más fuertes, tiene importantes aliados occidentales y experiencia, y una "infraestructura de gobernabilidad", que consiste en cientos de parlamentarios honestos, ejecutivos, financieros, abogados, activistas, donantes y benefactores internacionales, y líderes políticos. Algunos se reúnen informalmente, como un grupo privado kievita de 200 tecnócratas, que podrían ejecutar inmediatamente una transición pacífica y creíble.

Poroshenko, que se postuló como reformador, ha llevado a cabo un buen trabajo, pero quedan cuatro asuntos pendientes: retirar y revisar rápidamente su reciente propuesta de crear el Tribunal Anticorrupción haciéndolo verdaderamente independiente de acuerdo con los deseos de los ucranianos y sus donantes occidentales; detener el hostigamiento de la Oficina Nacional Anticorrupción de Ucrania; despojar al parlamento de la inmunidad que perpetúa una cultura de "club de ladrones" al permitir a los miembros burlar el Estado de derecho; y prohibir los anuncios políticos de todas las cadenas de televisión, durante las elecciones de 2019, para eliminar la influencia oligárquica.

Poroshenko se está quedando sin tiempo. La Corte Anticorrupción debe estar operativa a tiempo para adjudicar y condenar, al menos, tres casos de alto perfil presentados por la Oficina Nacional Anticorrupción de Ucrania antes de las elecciones de la primavera de 2019. Las otras reformas deben completarse a principios de este año.

Si estas transformaciones no están arraigadas, es probable que se produzca otra protesta callejera en los meses previos a las elecciones y obtendrá un apoyo internacional masivo. Y con su baluarte militar contra Rusia, los ucranianos finalmente pueden tener la oportunidad de derrocar a sus odiosas élites.

Han pasado cuatro años, y cientos de muertes más tarde, desde el Euromaidán, pero sigue la manipulación de las leyes electorales y los tribunales. Es trágico que después de miles de millones de apoyo de Occidente para luchar contra Rusia y contra la corrupción, el único "partido de oposición" que no ha sido manchado por la oligarquía criminalizada de Ucrania tendrá que ser sus buenos ciudadanos amontonándose en sus calles.

Y si eso debe suceder, hay pocas dudas de que esta vez será muy, muy diferente.

Diane Francis es miembro principal del Eurasia Center del Atlantic Council, editora general del National Post de Canadá, profesora distinguida del Ted Rogers School of Management de Ryerson University, y autora de diez libros.