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Hipocresía de los Estados Unidos con respecto a Ucrania

09.08.17 19:13

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Por Ted Galen Carpenter

Se nota una gran indignación en los Estados Unidos sobre la presunta intromisión de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016. Se están llevando a cabo múltiples investigaciones y la conducta de Moscú ha sido la justificación para aprobación de la legislación de sanciones que el Congreso acaba de admitir. Algunas figuras políticas furiosas y miembros de los medios insisten en que la injerencia del gobierno de Putin constituye un acto de guerra. Un miembro especialmente agitado de la Cámara incluso lo comparó explícitamente con los ataques de Harbour Harbor y los atentados del 11S.

Esta indignación podría ser más creíble si los Estados Unidos no se hubieran comportado antes de la misma manera. Sin embargo, según pone de manifiesto la experiencia histórica, Washington ha intervenido en los asuntos políticos de decenas de países, muchos de los cuales eran democracias. Un caso ejemplar lo observamos en Ucrania en 2014, durante la revolución del Euromaidán.

El presidente ucraniano Víctor Yanukóvich no era un personaje admirable. Después de su elección en 2010, usó el patrocinio y otros instrumentos del poder estatal de manera flagrante en beneficio de su partido político. Ese comportamiento arrogante y la corrupción legendaria enajenaron grandes recursos de la población de Ucrania. A medida que la economía ucraniana se consumía y se separaba cada vez más de la de Polonia y otros vecinos de Europa del Este que habían puesto en práctica importantes reformas orientadas al mercado, se incrementaba la furia pública contra Yanukóvich. Cuando rechazó los términos de la Unión Europea para un acuerdo de asociación a fines de 2013, a favor de una oferta rusa, coléricos manifestantes llenaron la Plaza de la Independencia de Kiev, conocida como Maidán, así como otros lugares de otras ciudades.

A pesar de sus defectos de liderazgo y defectos de carácter, Yanukóvich había sido debidamente elegido en las votaciones que los observadores internacionales consideraban razonablemente libres y justas, de acuerdo con los mínimos estándares que se pueden esperar de democracias que no llegan a ser como las democracias occidentales maduras. El respeto a las instituciones y los procedimientos democráticos debería haberle permitido cumplir su mandato legal como presidente, que terminaría en 2016.

Ni la oposición interna ni Washington y sus aliados de la Unión Europea se comportaron de esa manera. En cambio, los líderes occidentales dejaron claro que apoyaban los esfuerzos de los manifestantes para forzar a Yanukóvich a invertir el rumbo y aprobar el acuerdo de la UE o, si no lo hacía, retirar al presidente antes de que terminara su mandato. El senador republicano John McCain (R-AZ), miembro del Comité de Servicios Armados del Senado, fue a Kiev para mostrar su solidaridad con los activistas del Euromaidán. McCain cenó con líderes de la oposición, entre ellos miembros del ultraderechista Partido Svoboda, y más tarde apareció sobre el escenario en la Plaza del Maidán durante una manifestación masiva. Estuvo hombro con hombro con el líder de Svoboda Oleg Tiagnibok.

Pero las acciones de McCain fueron un modelo de moderación diplomática en comparación con la conducta de Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Eurasiáticos. A medida que la crisis política de Ucrania se profundizaba, Nuland y sus subordinados se volvieron más descarados en favor de los manifestantes contra Yanukóvich. Nuland señaló en un discurso que dio en la Fundación EEUU-Ucrania el 13 de diciembre de 2013, que había viajado a Ucrania tres veces en las semanas siguientes al inicio de las manifestaciones. El 5 de diciembre visitó el Maidán y entregó galletas a los manifestantes y expresó su apoyo a su causa.

El alcance de la intromisión de la administración Obama en la política de Ucrania fue impresionante. La inteligencia rusa interceptó y filtró a los medios de comunicación internacionales una llamada telefónica de Nuland en la que ella y el embajador estadounidense en Ucrania, Geoffey Pyatt, discutieron en detalle sus preferencias por que determinadas personas entraran en un gobierno posterior a Yanukóvich. Entre los candidatos a favor de Estados Unidos figuraba Arseniy Yatseniuk, el hombre que se convirtió en primer ministro una vez que Yanukóvich fue expulsado del poder. Durante la llamada telefónica, Nuland declaró con entusiasmo que "Yats es el hombre" que haría el trabajo mejor.

Nuland y Pyatt se dedicaron a hacer esa planificación en un momento en que Yanukóvich todavía era el presidente legal de Ucrania. Es sorprendente que los representantes diplomáticos de un país extranjero -y un país que rutinariamente promociona la necesidad de respetar los procesos democráticos y la soberanía de otras naciones- estuvieran planeando la eliminación de un gobierno electo y reemplazarlo con funcionarios que merecían la aprobación de Estados Unidos.

La conducta de Washington no sólo constituía injerencia, sino que se acercaba a ser una microgestión. En un momento dado, Pyatt mencionó la compleja dinámica entre los tres principales líderes de la oposición, Arseniy Yatseniuk, Oleh Tiagnibok y Vitali Klitschkó. Pyatt y Nuland querían mantener a Tiagnibok y Klitschkó fuera de un gobierno interino. En el primer caso, se preocupaban por sus lazos extremistas; en el segundo, parecían querer que él esperara y se presentara para un ministerio a largo plazo. Nuland declaró que "no creo que Klitsch deba entrar en el Gobierno. No creo que sea necesario”. Añadió que lo que Yatseniuk necesitaba "es a Klitsch y Tiagnibok fuera del juego".

Los dos diplomáticos también estaban preparados para intensificar la ya extensa participación de Estados Unidos en la turbulencia política de Ucrania. Pyatt declaró sin rodeos que " tendríamos que tratar de encontrar alguien con una personalidad internacional que venga y ayude a concretar nuestro proyecto [la transición política]". Nuland claramente tenía en mente al vicepresidente Joe Biden para ese papel. Como el consejero de seguridad nacional del vicepresidente estaba en contacto directo con ella, Nuland relató que le dijo "probablemente mañana para empujar y para ultimar detalles. Así que Biden está dispuesto.

El gobierno de Obama y la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses retrataron la revolución del Euromaidán como un levantamiento espontáneo y popular contra un gobierno corrupto y brutal.

El 24 de febrero de 2014, el editorial de Washington Post aplaudió a los manifestantes del Maidán y su exitosa campaña para derrocar a Yanukóvich. Estos "pasos fueron democráticos", concluyó el Washington Post, y "Kiev está controlada ahora por partidos pro-occidentales".

Mirar hacia otro lado y decir que el pueblo ucraniano, sin ninguna injerencia externa, decidió sublevarse contra su gobierno significa tergiversar los hechos drásticamente. La conversación telefónica de Nuland-Pyatt y otras acciones confirman que Estados Unidos fue mucho más que un observador pasivo ante la turbulencia. Los funcionarios estadounidenses intervinieron de manera directa en Ucrania. Esta conducta fue totalmente inapropiada. Los Estados Unidos no tenían derecho a intentar orquestar resultados políticos en otro país -especialmente uno que tiene frontera con otra gran potencia. No es de extrañar que Rusia reaccionara mal a la expulsión inconstitucional de un gobierno electo y pro-ruso -un derrocamiento que ocurrió no sólo con la bendición de Washington, sino aparentemente con su ayuda.

Ese episodio, así como los anteriores que implicaron a Italia, a Francia y a otros países democráticos, deben tenerse en cuenta la próxima vez que los líderes políticos estadounidenses o los medios de comunicación difundan públicamente la aparente interferencia de Rusia en las elecciones estadounidenses de 2016. Uno puede condenar legítimamente algunos aspectos de la conducta de Moscú, pero de esta indignación moral de Estados Unidos se desprende un hedor a hipocresía.

Galen Carpenter, investigador principal del Instituto Cato y editor colaborador del Interés Nacional, es autor de diez libros, el editor colaborador de diez libros y el autor de más de 650 artículos sobre asuntos internacionales.