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Ucrania no tiene nada para chantajear a Rusia

15.08.17 17:53

Por Irina Alksnis

Hace tres años, las pasiones patrióticas hervían en Runet con respecto a la línea que el Kremlin debía seguir con respecto a Ucrania.

Algunos patriotas exigieron un inmediato y total corte de no-hermanos que habían perdido sus mentes sobre la base del nacionalismo, de los bienes y preferencias rusos. Estaban muy indignados de que el Kremlin no hubiera hecho esto antes, sino que, durante más de veinte años, había alimentado la nueva banderización de Ucrania con sus propias manos. Ellos percibían cualquier nuevo movimiento de Moscú, destinado a preservar el status quo, como una traición.

Otros patriotas insistieron en que todo lo que estaba sucediendo en Ucrania tendría un pronto final y Moscú estaba obligado a enviar tropas / para la vuelta de Yanukovich a Kiev / y mantener el estatus quo todo lo posible hasta que todo volviera a la normalidad y Rusia y Ucrania restablecieran sus "relaciones fraternales centenarias".

El Estado ruso decepcionó a ambos. A los últimos porque llegará la ruptura total y Ucrania seguirá su propio destino, y a los primeros porque en lugar de fuertes declaraciones, gestos secos y decisiones rápidas el Estado ha seguido la táctica de decisiones cuidadosamente calculadas que se traducen en pequeños pasos.

La apertura de la sección de ferrocarril Zhuravka-Millerovo, que pasa por alto Ucrania, es una ocasión conveniente para mirar hacia atrás y resumir algunos resultados, aún por llegar, pero aún así determinantes.

La paciencia es quizás la principal cualidad que Moscú ha mostrado en su trato con Kiev durante los últimos tres años y medio. Donde los ciudadanos corrientes querían "asaltar y atacar", el gobierno ruso se limitó a pedir razón y persuasión suave, que, por supuesto, no sumó puntos a los ojos de la sociedad.

Sin embargo, aquí hay una interesante coincidencia. Por algún milagro, cada paso radical que Kiev daba, con consecuencias potencialmente desagradables para Rusia, lo daba cuando las consecuencias que deberían tener no eran tan terribles para Moscú.

Por ejemplo, por alguna coincidencia sorprendente, Ucrania inició la ruptura de la cooperación económica cuando para Rusia no fue tan malo, ni siquiera para los productores ruso que estuvieron preparados para reemplazar a las subcontratas ucranianas o el retraso en la producción del producto interno en sustitución por el de importación no causó amenazas estratégicas.

Este fenómeno se manifestó de forma más obvia en el bloqueo energético de Crimea. Ucrania había suministrado electricidad a la península durante un año y medio desde marzo de 2014, y el bloqueo se introdujo cuando el puente energético de la región de Kuban estaba en su última fase de construcción. Todos los inconvenientes de los ventiladores que tuvieron durante varios meses, incluso el puente de energía parcialmente comisionado, no causó el peor escenario para la península.

Ahora sólo podemos adivinar cómo, con qué métodos y esfuerzos, Moscú mantuvo bajo control a Kiev y a sus radicales, durante un año y medio, para no abandonar a la península sin el suministro de energía normal durante un período tan largo. Se sospecha que utilizó un conjunto de todos los métodos, desde la persuasión y los sobornos a la presión y las amenazas.

Y existen docenas de estos temas en las relaciones bilaterales, desde temas globales (como el tránsito de gas) hasta los relativamente pequeños, pero muy sensibles. ¿Qué habría ocurrido si hace tres años, Ucrania hubiera bloqueado y prohibido a Rusia utilizar la sección ferroviaria en su territorio?. ¿Qué daño hubiera hecho a los ferrocarriles rusos y los ciudadanos comunes?.

En este caso, un aspecto extremadamente importante es que estas cuestiones se quedan en el pasado.

En las últimas semanas, el tono de Moscú ha cambiado con respecto a las próximas iniciativas que Kiev pregona y que se centran en la ruptura de los lazos con Rusia. El más evidente es el régimen de visados. Durante tres años, Moscú ha aconsejado amablemente a Kiev, le ha explicado repetida y pacientemente que ese paso sería como darse un tiro en el pie, dado el número de emigrantes ucranianos que trabajan en Rusia. Pero de repente el tono ha cambiado, y ahora los representantes rusos dicen, encogiéndose de hombros, "Dejen que hagan lo que quieran, Rusia actuará recíprocamente en el tema de los visados".

Surge la pregunta acerca de qué ha cambiado.

La respuesta parece bastante simple: Rusia ha cerrado, por fin, sus mayores vulnerabilidades, generadas por la fusión de los sistemas económicos e infraestructurales de los dos países. El ferrocarril ha sido puenteado, los gasoductos han sido puenteados, los subcontratistas clave para las empresas rusas han sido sustituidos. Solo quedan detalles menores que no afectan seriamente la situación.

Rusia ha tardado en resolver este problema tres años y medio.

Kiev no tiene nada más con que chantajear a Moscú. Ucrania ya no tiene ninguna oportunidad de infligir graves daños a Rusia.

El Kremlin puede dar un suspiro de alivio, mientras que la sociedad rusa y el Estado pueden felicitarse mutuamente por la tarea que han llevado a cabo exitosamente, cuya escala todavía tenemos que evaluar. Sólo queda una pregunta: ¿qué pasa con Ucrania?. Y Ucrania tendrá que beber su copa hasta el fondo. Pero esto ya no es un problema para Rusia.